viernes, 18 de abril de 2008

No lloren por ella

En la compañía donde trabajamos, tenemos una salita a la que todos van si quieren tomarse un descanso. Hay cafecito, galletas y otros dulces, y una pizarra enorme donde cada uno puede mostrar un poco de su arte o sencillamente dejar mensajes a los demás. Y es por ese medio que todos y cada uno de los que estamos en este lugar vivimos enterados de la vida de Evita. No hay día en que la niña no deje algún mensaje, y nunca es para alguien específico, sino para todos: Hoy: cena romántica con un abogado. Evita, Estoy tan enamorada. Evita, Mi vida es perfecta desde que este hombre llegó. Evita, Nunca pensé que los cachimbos besaran tan rico. Evita, Estoy resaqueada después de una noche loca. Evita, etc, etc, etc.

Para todos está claro que la fulana cambia de galán como cambia de calzón y que cada una de sus nuevas conquistas debe ser anunciada con bombos y platillos (y con lujo de detalles) en la pizarra. Si tomáramos una prueba entre todas las oficinas, es un hecho que todos obtendrían más puntaje en un test sobre la vida amorosa de Evita que en uno sobre nuestra chamba. ¿A qué se dedicaba el último ex? ¿Cuántos años tiene el actual? ¿Adónde fueron el fin de semana pasado?

De la misma manera que nuestra compañera de trabajo hace pública su felicidad amorosa, también se encarga de ponernos al tanto de sus desdichas. “Parece que ya la dejaron otra vez” se rumorea cada cierto tiempo. Y es ahí donde Evita muestra su lado más patético en nuestro mural: Me siento hasta las patas, quisiera estar contigo. Evita, Sí, pienso en ti todo el tiempo. Evita, No puedo creer que haya pasado dos semanas sola. Evita, Estoy cansada de estar libre. Evita, Necesito un novio. Evita, En busca de un hombre guapo. Evita, Me gustan los menores, pero también los mayorcitos!!! Evita.

Pero la cerecita del postre se dejó ver hace unos días. July, que siempre anda dando consejos a todos y vive preocupada por los demás, siempre había considerado que debíamos acercarnos a Evita para que no siguiera dando un espectáculo tan triste. Como nadie quería hacerlo, fue ella la que buscó su conversación en uno de los recesos. Aprovechó que la señorita empezó a lamentarse de su “larga” soledad (aproximadamente un mes) para decirle que no debía desesperarse o tomar ese tiempo como una mala época. “Estar sola también es interesante, puedes hacer muchas cosas para engreírte a ti misma y profundizar tus relaciones de amistad”, le dijo July. Evita la miró de arriba a abajo y miró a todos los que en ese momento pasábamos de casualidad por el lugar: “Olvídalo. Una mujer que está sola es una loser total. Si no puede conseguir un novio es porque es una estúpida.” Y se marchó, con la mirada en alto y orgullosa de su filosofía de vida.

jueves, 10 de abril de 2008

Los hombres son débiles, pues

Haciendo un alto en las historias que contamos, vamos a reflexionar un poquito sobre un caso sonadísimo en las últimas semanas : el ampay de Magaly a Tenchy, el esposo de Sara Manrique, saliendo de un hotel con una trampa (a) "la gata". Creemos que la actuación de Sara ante la infidelidad de su esposo constituye un gran ejemplo del "amor serrano". Así, Sara se convierte en una de nuestras mejores exponentes de las chicas a las que le gusta "la goma". Cuanto más basurón sea el marido, mucho mejor.

La primera reacción de Sara no fue tan desatinada. Lloró y le dijo que cómo había sido capaz de engañarla mientras ella cambiaba pañales (recordemos que no hacía un mes que Sara acababa de dar a luz y solo había pasado año y medio de su matrimonio). Sin embargo, luego pasaba a atacar a Magaly por haber "armado" el ampay, aun cuando aclaraba que no podía tapar el sol con un dedo y era un hecho que Tenchy la había engañado y "nadie le había puesto una pistola para que entrara al telo".

Digamos que hasta ahí pasaba piola. Es decir, se mostraba molesta con el esposo por engañarla y reconocía que él tenía la responsabilidad, aun cuando claro, la culpa también la tenía Magaly por haber causado que Tenchy cayera en la tentación, y aún más, exhibir la infidelidad a todo el mundo sin pensar en el daño que le causaría.

Sin embargo, en la misma entrevista donde lloraba y le reclamaba a Tenchy, también dice "los hombre son débiles, pues". Aparte de que le hace un malísimo favor a los hombres, esta frase demuestra el machismo más supremo. O sea, como los hombres son débiles, pobrecitos pues, no pueden resistir la tentación, no piensan, no razonan, no eligen, son puro instinto, pues.



Lo peor no está en esa frase. Sara, luego de perdonar a su esposo ("por algo así, no voy a perder todo lo que he construido"), no solo se concentró en seguir atacando a Magaly queriendo demostrar que el ampay fue "armado", sino que, típico de las mujeres engañadas, atacó sin piedad a la amante, Lenith, (a) "la gata".

En el programa de Bayly, este último domingo, Sara no solo es full sonrisitas y perdon y amor para el esposo infiel (es más, se toma a la risa todas las bromitas relacionadas con la sacada de vuelta, "Tenchy es polifuncional", ja ja) , sino que es puro ataque y odio hacia la amante. Ante las preguntas cachosas de Bayly (quien, aun cuando se quiso hacer pasar por super liberal diciendo que la infidelidad no deberia ser un pecado y que Sara fue muy sabia al perdonarlo, igual la lornea de lo lindo) sobre los detalles del engaño, Sara responde lo siguiente:

1. A la trampa no la conocía ni en pelea de perros. Pero en el mundo de las vedettes, parece que la mejor manera de ningunear a alguien es decir "no sale ni en las malcriadas del Trome". O sea, no se puede comparar a mí de ninguna manera. Para agregarle más cochinadita al ninguneo de la "gata", Sara dice que todas las mujeres merecen respeto aun cuando trabajen en "night clubs" (qué insinúa?), y que hay que preguntarle a "todos los futbolistas que han salido con ella" si es rubia de verdad. ¡Chesu! ¿no le dará miedo ahora acostarse con Tenchy?

2. A la trampa la llevan a telos de medio pelo, a mí me llevan a otros lugares, ¡¡por favor!! No sé qué tanto orgullo puede dar que el esposo a la trampa la lleva a telos baratitos mientras que a la firme a lugares más chéveres. Además, como dice Bayly, en los telos misios se goza más, ¡ja! y además, ¡¡Tenchy estuvo ahí con "la gata" 7 horas!!

3. Todo esto pasó porque estaba embarazada y el pobre Tenchy no pudo resistir (¡¡plop!!). O sea, ya saben, cuando están embarazadas, está justificado que te saquen la vuelta. Es más, Sara redondea su gran frase de la entrevista anterior (los hombres son débiles) completándola con "el hombre es un animal, ¡tiene necesidades! es la gran conclusión que he sacado"

4. La trampa maldita me debe pedir disculpas por todo el daño que me ha causado. "Yo solo perdono a mi esposo porque lo amo, y estamos felices con nuestra hija, y nuestro matrimonio es lo más importante"

Entonces, en conclusión, el esposo no tiene la culpa de nada, pobrecito, le armaron el ampay, tiene sus necesidades, compréndalo. La trampa, en cambio, es la mala de la historia, aparte de ser una nada, una resbalosa, ni siquiera pide disculpas. Sin embargo, en el fondo, al ningunar tanto a la trampa, se hacen poco favor a sí mismas, ya que si el esposo es un santito y nos quiere tanto, ¿cómo se pudo fijar en una mujer que no vale la pena? Además, ¿qué michi le debe explicaciones "la gata" a Sara? Acaso estaba casada con ella? El que debe dar explicaciones ahí es el marido, no la amante.

Con este post, no pretendemos dar una opinión sobre si Sara hizo bien en perdonar a Tenchy o no (ese tema es mucho más complejo). Lo que criticamos es que, como siempre, el hombre sale bien parado de todas sus basureadas porque la misma mujer lo justifica y lo premia. Este caso es peor aun porque el mismo Tenchy reconoce la infidelidad y pide perdón por ello, pero claro se pudo haber ahorrado las disculpas, Sara ya lo había perdonado apenas vio el ampay porque el hombre es débil, pues. Y como ya decíamos en nuestro primer post, esto del "amor serrano" se da en todas las mujeres, de cualquier condición social. ¿Hasta cuándo?

martes, 1 de abril de 2008

Lo mejor de mi vida

Denisse había dicho siempre que ella era una chica de relaciones estables, pero, luego de un tiempo sin enamorado, consideró la opción de buscar uno que otro chico para pasar el rato. “Solo me voy a divertir; cuando me aburra, los boto” era su lema. El problema apareció, como nos podemos imaginar, desde el comienzo. Feliz y dispuesta a todo, Denisse armó maletas y llegó a Máncora acompañada de unos amigos. El segundo día conoció a Rodrigo, eterno veraneante que pasaba la vida surfeando y bronceándose mientras conquistaba a toda chica que conocía. Mientras ella bailaba con sus amigos, él no dejaba de sonreírle ni de mirarla intensamente. Denisse cayó rendida a sus pies y su aparente seguridad pareció irse al tacho inmediatamente, tanto así que esa misma noche quiso quedarse hasta el final en la discoteca mientras sus amigos se iban a dormir; incluso, inventó un par de excusas para que la última de sus amigas se regresara sola, de modo que ella pudiera quedarse a conocer al galán. Los primeros días en Máncora fueron maravillosos, no había forma de que se despegara de Rodrigo y hasta había dejado de lado a sus amigos, todo era un sueño… así como también lo era el que Denisse tenía ya en mente dejar su vida en Lima para quedarse con él, incluso había decidido que, acorde con la personalidad de su amado, su matrimonio sería uno poco tradicional, a orillas del mar y bajo algún rito inventado.

En una de las noches de salida, Rodrigo observó con alegre sorpresa que había llegado a la discoteca de moda un grupo de europeas dispuestas a pasarla bien. Un par de horas después, Denisse, quien iba de rato en rato a bailar con sus amigos, descubrió a Rodrigo bailando bien apretadito en brazos de una de las recién llegadas, y luego de otra, y luego de otra… bastaron cortos diez minutos para que los abrazos amistosos se convirtieran en apasionados besos. Denisse, sumergida en llanto, le increpó por su conducta, a lo que Rodrigo respondió con un simple “no sé de qué me estás hablando”.

El fin de la historia llegó en ese momento. Denisse recogió sus ropas del hotel y salió directamente a tomar el primer bus que fuera a Lima. Así, se embarcó en un colectivo con olor a gasolina que ofreció llevarla por cien soles en un asiento sin reclinar. Allí, con las imágenes de su matrimonio hippie todavía en la cabeza, pasó del llanto a la reflexión, y de la reflexión a la distorsión; al borde de las tres de la mañana, cuando había recorrido ya varios kilómetros, tomó su celular, abrió el servicio de mensajes de texto y escribió: “Estos han sido días muy felices para mí, no te culpo de nada. Gracias por todo lo que me diste. Te quiero.” Una ternura de chica.